“Es un tópico: en Europa y en España debemos invertir más y mejor”
Lo primero que llama la atención de Juan Antonio Vives es su amplia formación académica: ingeniero agrónomo, licenciado, máster (LL.M.) y doctor en derecho, máster universitario en investigación básica y aplicada en recursos cinegéticos, executive MBA y doctor en biología de las plantas. Es miembro del Instituto de Investigaciones Agroambientales y de Economía del Agua de les Illes Balears (INAGEA), dedicado a la I+D+i en el área de la fisiología vegetal, la viticultura o el control integrado de plagas, entre otras materias. El trabajo de Vives se mueve en los ámbitos del derecho, la agronomía y el medio ambiente, con una atención especial a la innovación. Además, es contratado doctor en la Facultad de Derecho de la Universitat de les Illes Balears.
¿Cómo crees que percibe la sociedad a los ingenieros agrónomos?
Positivamente, pero creo que pesa más la condición de ‘agrónomos’ que la de ‘ingenieros’. Se nos encasilla en exceso, olvidando que es una de las ingenierías más amplias y versátiles.
¿Cuáles crees que son las claves del éxito en nuestra profesión?
Las habituales: aptitud y esfuerzo. Tampoco descubro nada si añado que cada vez pesan más factores externos como las relaciones. De ahí, entre otras razones, la importancia del colegio.
Iniciativas empresariales como Hort Seed Mediterrani, Carob, Can Company, S’Esplet, Agronatura y otras, que en este complicadísimo contexto conservan el campo, producen e innovan, aportan un gran valor a la sociedad
¿Cómo se ha conseguido ganar la confianza de los ciudadanos?
Con una formación de calidad, el excelente desempeño de los colegiados y la acción de los colegios en la defensa de los intereses de sus miembros.
¿Qué hemos aportado a la sociedad a lo largo de las últimas décadas?
Nada menos que alimentar a 8.000 millones de personas, evidentemente, gracias al impagable esfuerzo de agricultores y ganaderos, así como de los profesionales, trabajadores y empresas que intervienen a lo largo de la cadena agroalimentaria.
¿Cómo se explica tu salto desde la ingeniería hacia el derecho?
Al orientarme hacia el desarrollo rural en la UDL, con varios módulos sobre la cuestión, sobre economía, etc., tomé conciencia de la importancia que tiene para un ingeniero agrónomo la formación en economía y empresa, especialmente en nuestro contexto. De ahí al derecho era solo una cuestión de tiempo. Lo tecnológico es hoy más influyente que nunca en nuestras vidas, pero la sociedad se sigue vertebrando por medio de relaciones jurídicas y económicas. Es más, probablemente, como con frecuencia se apunta, el derecho es hoy más necesario que nunca, por los retos mayúsculos y sin precedentes que plantean los desarrollos tecnológicos más recientes y revolucionarios en ámbitos como la Inteligencia Artificial, entre otros.
La relación entre producción, distribución, población y consumo es clave, y aquí los ingenieros agrónomos tenemos mucho que decir, más aún en un contexto de cambio climático
¿Y tu apuesta por la I+D+i?
La interdisciplinariedad está hoy más en boga; entonces era una rareza, además de una apuesta arriesgada y costosa. En la Facultad de Derecho de la UIB y el Instituto de Investigaciones Agroambientales y de Economía del Agua (INAGEA) encontré el aprecio y el apoyo de grandes profesores como Anselmo Martínez, Guillermo Alcover, Jeroni Galmés o Hipólito Medrano, que me formaron y apostaron por la heterodoxia, animándome a desarrollar las diferentes facetas y a explorar los campos de cruce.
¿A qué os dedicáis en el INAGEA y el Laboratorio para la Innovación Agraria?
El INAGEA tiene su origen en un instituto mixto UIB – INIA – Govern Balear, y su actividad propia comprende la investigación básica y aplicada, la innovación y la transferencia en los ámbitos agroalimentario, ambiental y pesquero. El Instituto es ya una referencia nacional e internacional destacada en el área de la fisiología vegetal, la viticultura o el control integrado de plagas, entre otras materias. Mi labor se desarrolla en el intersticio entre el derecho, la agronomía y el medio ambiente, con una atención especial a la innovación. El laboratorio canaliza la actividad de transferencia con una componente innovadora más acentuada.
Mi labor se desarrolla en el intersticio entre el derecho, la agronomía y el medio ambiente, con una atención especial a la innovación
¿Cómo se explica esta apuesta tan decidida por la economía del conocimiento en el sector agroalimentario?
Ha sido un camino largo y tortuoso, a pesar de los excelentes logros y resultados. El anterior director del instituto dedicó literalmente su vida a crear y consolidar el grupo de investigación de excelencia sobre el que más recientemente alumbró y dio forma al instituto mixto. No todo el mundo entendió su visión. El tiempo, gracias a la excelente labor de los investigadores del instituto y al impulso del actual director –que tuvo el valor de recoger el testigo en un momento difícil y marcado por la pandemia– le dio la razón. El Instituto cuenta ya con instalaciones propias y con la financiación de un proyecto HiTech y otras fuentes, y está reforzando su equipamiento científico con equipos de última generación y personal técnico experto.
¿Cuál es el futuro de la I+D+i en el sector?
Es un tópico, pero hay que insistir: en Europa y especialmente en España debemos invertir más e invertir mejor. En Baleares se habla mucho del ‘monocultivo turístico’, que es una realidad, pero muy poco del mérito tremendo de iniciativas empresariales como Hort Seed Mediterrani, Carob, Can Company, S’Esplet, Agronatura, entre otras, que en este complicadísimo contexto conservan el campo, producen e innovan, aportando un gran valor a la sociedad y también al sector turístico.
Es un tópico, pero hay que insistir: en Europa y especialmente en España debemos invertir más e invertir mejor
¿Cómo se puede contribuir a mejorar las perspectivas de la I+D+i en el sector?
En contra del famoso proverbio, pez y caña de pescar, por este orden. El hambre agudiza el ingenio, pero sin olvidar que se debe estar vivo y con los recursos suficientes. El modelo que defendemos se basa en el fomento de la colaboración entre la empresa privada, los profesionales del sector, y los polos de generación de conocimiento y de decisión, a imagen del exitoso golden triangle holandés que tan buenos resultados les ha reportado. A finales de 2023 el INAGEA, la Universidad de Oxford y la Oficina Comunitaria de Variedades Vegetales firmaron un convenio de colaboración para promover la innovación en el ámbito de las DOPs e IGPs de vino. En relación con el anterior, estamos trabajando en el marco de otro convenio con la DO Binissalem para adaptar los vinos amparados a las nuevas tendencias y al cambio climático. Estos son algunos de los ejemplos más recientes. Para lograrlo es clave contar con el respaldo institucional que desde hace unos años nos está acompañando a todos los niveles, pero es imprescindible que esta colaboración se mantenga, e implicar cada vez más a las empresas y profesionales del sector.
¿Cómo definirías la evolución que ha experimentado nuestra profesión en las últimas décadas?
Aunque ya sea casi un cliché, negativamente, como la de la mayoría de las carreras técnicas. Nos hemos comoditizado o vulgarizado. Además, a los ingenieros agrónomos se nos sigue encasillando en el campo, y cada vez se comprende peor nuestra formación y nuestras competencias. Pero a pesar de todo, soy optimista.
¿Qué amenazas acechan a la profesión?
Más allá de las clásicas que ocupan tradicionalmente a los colegios profesionales, otras quizá menos evidentes, como la pérdida de atractivo y la incomprensión. Se restringe la profesión a ‘lo rural’, arrastrada además por una concepción urbana del campo. No sucede lo mismo con otras profesiones técnicas menos significadas. La profesión tiene su origen en el campo y se debe al campo, pero lo trasciende. De ahí que resulte imprescindible seguir invirtiendo en el sector y su entorno, y en concienciar sobre su vital importancia; pero también reinventarnos y dar a conocer, y sobre todo convencer, sobre nuestro potencial y versatilidad.
El modelo que defendemos se basa en el fomento de la colaboración entre la empresa privada, los profesionales del sector y los polos de generación de conocimiento y de decisión
¿A qué retos nos enfrentamos?
En el debate académico y la opinión pública, el cambio climático parece haberle ganado la partida al reto de la producción de alimentos. De hecho, esta última cuestión, crucial, ya solo parece relevante en la medida en que se ve afectada por la primera. En la práctica ello se traduce en muchos casos en placas por patatas, literalmente; porque, además, según parece, el suelo urbano es demasiado valioso y escaso como para inundarlo de placas como se hace con el campo. Para el colectivo creo que es un pésimo trato. Sin ánimo de restarle un ápice de gravedad al fenómeno del cambio climático, como colectivo creo que nos iría mejor si además de escuchar a los climatólogos atendiéramos a las lecciones de James Lovelock, Vaclav Smil o John Gray: la relación entre producción, distribución, población y consumo es clave, y aquí los ingenieros agrónomos tenemos mucho que decir, más aún en un contexto de cambio climático.
¿Cuáles son los sectores de futuro para los ingenieros agrónomos?
Los clásicos, que a pesar de su pérdida de rentabilidad y de atractivo, difícilmente caerán en la irrelevancia. Seguiremos necesitando alimentos. Me gusta pensar también que hay amplísimas posibilidades en la I+D+i a pesar de las dificultades; y nichos todavía por descubrir en los campos de cruce entre disciplinas y profesiones, pero probablemente haya algo de sesgo personal y wishful thinking.